jueves, 12 de marzo de 2009

Carta al jefe del telediario


Estimado señor: Siempre he sido muy de misa y telediario. Me aficioné a ellos cuando se anunciaban con un globo terráqueo y un avión dando vueltas a su alrededor. Veía esas imágenes y decía: ¡Coño, las tres! Era milimétrico. Hasta tal punto, que podías preguntar al que estaba a tu lado: “¿Qué hora es?” “Las tres y cinco". “¡Una mierda! Vas cinco minutos adelantado. Para tener un reloj así, prefiero no tener ninguno”. Éramos tan simples, que disfrutábamos con esas tonterías.
El mundo se dividía entonces entre lo que pasaba antes de las tres, y lo de después de las tres y media. Entre medias, ya podías cantar misa, que no te hacía caso ni Dios: ¡María, que se está yendo la leche! ¡Déjala, a ver si no vuelve!
Lo de las noticias, en realidad, no tenía gran importancia. Que si la inauguración de un pantano por aquí, que si un asesinato de Kennedy por allá, que si un tío que se había ido a la luna en cohete y otro había trasplantado un corazón... ¡Bah, lo de siempre!
Lo más importante del telediario era que daba la hora exacta a los pobres y a los humildes. A los ricos no, porque esos tenían la suya propia en sus relojes de oro. Más de una vez, desde Greenwich conectaron con Televisión Española para poner en hora el meridiano, aunque los ingleses nunca lo reconocerán.
La hora del telediario era la hora con la que se controlaba el despertador, la pastilla y la siesta. La gente se lo tomaba muy en serio porque, si te perdías el telediario, igual te olvidabas de echar la siesta, o de tomar la pastilla, o ponías el despertador a la hora de la siesta. Total, un desastre.
A lo que iba. Desde hace tiempo, en el telediario, después de Zapatero y las matanzas de niños, dan una operación de próstata. Al principio, disfrutaba con los avances de la medicina pero, últimamente, se me atraganta el postre sólo de pensar en lo que sufrirá ese pobre al que todos los días le operan de algo a la hora del telediario. Los lunes, de hernia; los martes, de cáncer; los miércoles, de varices; los jueves, le ponen pechos, y así, sucesivamente. No hay sueldo que pueda pagar las incomodidades de una intervención diaria. Claro, que ahora que lo pienso, puede que no operen todos los días al mismo y que tengan una plantilla de “operandos”. Aún así, chica, qué oficio más desagradable.
Bueno, a lo que iba: que me gustaría que la operación y los asesinatos diarios los pusieran después de los deportes, que para entonces yo ya he cambiado de cadena y no me pierdo la información meteorológica. Eso me parece más normal, y no me malinterprete, que digo normal en el mejor sentido de la palabra. Actualmente, los programadores son ordenadores que miden la audiencia y no tienen corazón, por eso voy a dejar de ver telediarios, porque me hacen daño en la retina. Por ejemplo, por uno de los ojos, si veo desgracias, se me va el agua. Debe ser cosa de las cataratas.
Suya afectísima.
Carta dictada a Josetxu Rodríguez

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