viernes, 30 de noviembre de 2007

El descontrol de la carretera

Tuvo una infancia feliz

La niña está triste porque está envejeciendo. Acaba de cumplir diez años y los dos dígitos le han sentado fatal. Hasta sus amigas le consideran mayor para representar High School Musical en el patio de la escuela y sólo le ofrecen el papel de cocinera o de esposa del rector.
Sus padres, que no pueden verla sufrir de esta manera, le aconsejan que coja la escopeta y vaya al colegio bien pertrechada de munición... ¡Que no, hombre! ¡Que es broma! ¿Cómo van a aconsejarle eso con lo tímida que es?
En realidad, le sugieren que envenene el depósito de agua del colegio con laxantes el día anterior al estreno de la obra y así podrá ser la estrella absoluta ante una sala diezmada de alumnos y profesores, pero repleta de público entregado, es decir, sus abuelos, tíos, primos y demás familia.
Es sabido que a los niños de esa edad no se les debe contrariar, porque de mayores igual les salen granos en la cara o les da por patear en el metro a una adolescente.
Para evitarlo, los padres hacen lo posible por que su vida transcurra con placidez, plena de derechos y con muy pocas obligaciones. Con eso salvan su responsabilidad hacia el futuro. Si, al final, los monstruitos se convierten en cabrones sin escrúpulos capaces de cualquier fechoría por conseguir lo que quieren, ellos podrán excusarse en la televisión asegurando que siempre les dieron todo lo que pudieron desear.

viernes, 23 de noviembre de 2007

50 años de Mortadelo y Filemón

Quiero ser como ellos

Yo quiero ser francés y no sé por qué. Desde luego no es porque tengan la antena de radio y televisión más famosa del mundo, no. Ni por el ‘‘francés’’. Ni porque hablen como en las películas de ‘‘Robespieggg’’. Quiero ser francés a tontas y a locas, así, de pronto.
Y la razón no es que me guste el queso oloroso, ni untar la baguet con paté a las fines herbes, ni la ‘‘Nouvelle cuisine francaise’’, cuyo lema mundialmente conocido es ‘‘Nada en el plato, todo en la factura’’. No es por eso, no. Yo quiero ser francés porque me lo pide el cuerpo. Es un impulso, un anhelo. No sé cómo definirlo, pero es así.
Y eso que Francia está llena de franceses, hay que reconocerlo. Si ustedes visitaron el país antes de 1982, ya saben a qué me refiero. Ese mirar por encima del hombro, ese tono despectivo, esa trato como si hablaran con alguien que acababa de descender de una patera ¿se acuerdan? Bueno, pues a pesar de todo, quiero se francés.
Creo que tampoco es porque inventaran la guillotina, ni por la resistencia, el mayo francés, Asterix y Obelix, Louis de Funes, Sartre o Zidane. Qué va. Yo quiero ser francés porque están vivos. Porque luchan por sus derechos. Porque salen a la calle y no esperan en su jaula a que les caiga la subvención del alquiler, el bebé o el piso de VPO para complementar los 1.000 euros miserables. Yo quiero ser francés como los franceses. Eso sí.

viernes, 16 de noviembre de 2007

La Reconquista de Chávez

Cesar en la convivencia

La vecina del 3º derecha acaba de separarse, la pobre. Así, sin eufemismos. Y claro, lo de los Duques de Lugo no le ha sentado nada bien porque le ha removido la herida. A ella también le habría gustado «cesar temporalmente en su convivencia» e irse montada en un patinete al palacete de Majadahonda, pero no ha podido ser porque carece de palacete y no va a estar dando vueltas por ahí con el patinete de su hijo, que ni es eléctrico ni es nada. Si al menos su cuñado tuviera una moto de agua como el Álvaro de Marichalar podría irse a pescar percebes a la escollera del superpuerto y con ellos pagarse un piso social. Pero tampoco es el caso. Así que tiene que conformarse con su parte de piso con derecho a baño y cocina hasta que su marido encuentre un lugar donde alojarse. Sólo los hijos pueden pasar de una zona a otra sin restricciones. Es lo que pasa cuando se tiene la sangre roja y el corazón a la izquierda como la gente normal, que las cesantías temporales de la convivencia casi no dan para vivir y crean un verdadero problema.
Por lo demás, el suceso no ha causado demasiada conmoción en la escalera. Sólo el del 4º izquierda, que carece de TV, ha sentido la separación: «Lo siento por Elena y por Mari Chalar, siempre me han parecido dos grandes señoras», dijo en la panadería, el infeliz.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Sanidad de "todo a cien"

Algo huele a podrido

Durante años, los parques temáticos de Disney han fumigado las calles con olor a palomitas para excitar el apetito de sus pequeños clientes. Lo he denunciado en más de una ocasión, pero todo el mundo me tomaba por loco. Sobre todo, tras comprobar que mi hija posaba junto a Mickey Mouse con una mascarilla embadurnada con Vicks VapoRub para contrarrestar el temible efecto consumista de esos centros de perdición.
Esta práctica se ha extendido como una mancha de aceite y es más dañina que las hipotecas basura. Cualquiera pudo comprobarlo la pasada Aste Nagusia en las barracas, donde miles de incautos, además de pagar el viaje de 30 segundos a precio de paseo espacial, cayeron bajo los efluvios del perrito caliente y se dejaron en el mostrador casi la mitad de la paga de julio. Si me libré del timo fue porque tuve la precaución de colocarle a la infanta un collar de ajos que noquearon su pituitaria, ya de por sí aletargada irreversiblemente por el mentol.
El ser humano memoriza siete veces mejor lo que huele que lo que ve y hasta ahora la publicidad había obviado este sentido. Eso se acabó, la guerra se ha generalizado y los publicistas anuncian que bancos, compañías de teléfonos móviles o supermercados nos hipnotizarán con aromas que nos dejarán indefensos ante sus productos. Del «Algo huele a podrido en Dinamarca» hemos pasado sin darnos cuenta a preguntarnos ¿A qué huelen las nubes? ¿A qué? A IPC.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Sentencia del 11-M

Ser pobre no es un lujo

Pues mire usted, yo soy pobre porque más que nada no puedo permitirme el lujo de dejar de serlo. Y no es que no lo haya intentado, que no lo he hecho, lo que pasa es que si me dedico a esa actividad no me daría tiempo a revolver en las basuras para comer y mantener a mis mascotas Lily Liendre y Ratatuí, mi auténtica familia.
La gente me dice que pida las ayudas de inseminación social y los incentivos al empleo, pero siempre llego tarde. Para cuando me entero de que se abre el plazo, ya hace meses que lo han cerrado. Aquí los del departamento de Caridad se creen que a los que vivimos bajo el puente nos dejan el periódico en el felpudo de barro todas las mañanas. ¡Cómo se nota que no se enteran de nada metidos allí, en su palacio floral! Yo leo el periódico más que nada en invierno, cuando lo saco de los contenedores de papel para ponérmelo debajo del jersey. Ahí descubro que han dado ayudas de intersección pero, para entonces, se las han quedado todas los pobres de carrera, que han estudiado en la universidad y se pasan el día con la PDA apuntándose a las rifas de los pisos sociales y acaparando las limosnas del gobierno. Unos linces, los tíos.
En una ocasión intenté pedir una. La daban los servicios sociales del ayuntamiento, pero la concedía la Diputación con una partida del Gobierno vasco. Había que hacer tal papeleo que me costaba más la gestoría que lo que me daban. Ya ves.

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