Alucino con el alunizaje. Han transcurrido 40 años desde que el hombre llegara a la luna y todavía hay hambre en la Tierra. Y si yo, que estoy bien nutrido alucino, supongo que los desdichados que viven por debajo del umbral de la pobreza habrán de estar desolados, pues para estar indignados precisan de las calorías que la rabia consume en su impotencia, y de las que no andan muy sobrados. Cuando se aprobaron los enormes presupuestos que requerían los proyectos de la carrera espacial, con ello se dio visto bueno también a la explicita promesa de que apostar por investigaciones de vanguardia en asuntos científicos semejantes a medio y largo plazo sus múltiples beneficios redundarían en el ciudadano medio y en el habitante medio de nuestro planeta. Pasados las efervescentes y orgiásticas celebraciones por haber llevado a la realidad algunas imágenes que mostrara en la ficción el visionario Stanley Kubrick, pasaron los lustros sin pena ni gloria y con la crisis de los años 80 hasta la NASA se vio obligada a poner los pies en la tierra y empezó a justificar tan fastuoso derroche económico diciendo que gracias a la carrera espacial muchos de los objetos cotidianos con los que ahora se encuentran los consumidores son fruto directo de la misma, desde los pañales desechables, hasta el horno microondas, pasando por el velcro, GPs, relojes digitales, etc.
No sé ustedes, pero esto me parece un pequeño paso para un hombre pero hacia atrás para la humanidad, pues si bien siempre ha habido hambre y miseria en el mundo, nunca antes en la historia tuvimos la oportunidad en el horizonte cercano de poderla erradicar como bien apunta J.D. Sachs en su obra El fin de la pobreza, eso si que sería un gran salto para toda la humanidad… el poder enviar a la luna el hambre y situar de nuevo al hombre y la Tierra en el centro de nuestra mirada científica, cosa que no estaría de mas si tenemos en cuenta que El Principio Antrópico y la singularidad de nuestro planeta van cobrando relevancia a pasos agigantados entre cosmólogos, físicos y matemáticos, y no es cuestión de contradecir a sus ecuaciones haciendo que en las misma concurra la paradoja de la aparición de un absurdo infinito que es lo que parece mediar entre nuestros grandes logros tecnológicos y nuestros escasos progresos morales o lo que es lo mismo la vertiginosa marcha de nuestro proceso de hominización y nuestra tortuoso y lentitudinario calvario de humanización. Pero como dijo Huxley la gran tragedia de la ciencia consiste en el asesinato de una bella teoría, a manos de un hecho feo.
Nicola Lococo