EN Yankilandia puede pasar cualquier cosa; y en Illinois, ni te cuento. La última majadería
la ha protagonizado Larry Schofield, a quien saludo desde aquí y le
deseo una pronta recuperación. Al citado individuo no se le ocurrió
otra cosa que quitarse el tatuaje con el nombre de su exmujer con una pulidora neumática.
La operación, en un garaje, la dirigió un colega ataviado con guantes
de fregar, mientras el resto de la cuadrilla lo documentaba con
fotografías y un vídeo que ahora cuelga de internet .
Comparado con Larry, Chuck Norris es un mindundi, aunque,
intelectualmente, le lleve muchas cabezas de ventaja. En este mundo
cambiante, en el que la tasa de infidelidad está por encima de la prima
de riesgo, es una tontería grabarse el nombre de la amada. Estaría más
ajustado a la realidad colocarse una calcomanía de esas que salen en las chuches por si algún día se acaba el amor.
Aún así, si tras una noche de alcohol y luces extrañas amaneces con
su apelativo en el brazo, no hace falta recurrir a los juguetes de
Leroy Merlín para arreglar el desaguisado. A Larry no le da la cabeza y
lo mismo podría haberse operado de apendicitis con el cuchillo de la mantequilla
que amputarse el brazo y tirárselo al perro, pero tenía opciones menos
traumáticas. Por ejemplo, buscarse una novia con el mismo nombre. Pero
para eso tenía que pensar y no está demostrado que pueda hacerlo.