HAY dos formas de saber cómo se siente un hombre que ha perdido todos sus derechos: una, abonarse a una compañía telefónica; y otra, entrar en un restaurante de autor. Un suponer: contratas a un arquitecto para el caserío –al inimitable Catatrava, por ejemplo– y le pides que te diseñe unas escaleras como las de Falcon Crest para bajar a la cuadra a ordeñar. El tío se pondrá como un basilisco pero al final tendrá que tragar porque tú eres el que pagas. Lo mismo ocurre con el resto de los profesionales que contratas. En cambio, en los restaurantes de autor nada es negociable porque son reinos culinarios en los que un hombre con sombrero blanco dicta sus propias leyes basándose en el principio del “yo me lo guiso y tú te lo comes”. En estos establecimientos, nuestros estómagos pierden sus fueros gastronómicos y se convierten en vasallos sumisos del “come y calla”. Los peores son aquellos en los que la carta tiene el tamaño de un best seller de Stephen King y la descripción de cada plato lleva puntos y comas, paréntesis, frases subordinadas e incluso acotaciones al margen. Si entre tanta explicación hiperrealista es difícil encontrar la base del guiso, en el plato es casi imposible.
-Camarero, de este bello compendio de aromaterapia y alquimia hortofrutícola ¿Qué es lo que se come?
-Usted cómase lo que quiera, pero el pescado que ha pedido está dentro de las aceitunas.
-Y, ¿dónde están las aceitunas?
-En este vasito.
-¡Me cago en tu padre!
Josetxu Rodríguez
1 comentario :
Genial, vaya arte, me he reído muchísimo con las escaleras para ordeñar y las aceitunas
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