-«Chico, no sé –dice una– es un poco triste. El otro día entró una compañera en mi casa y me soltó: “Anda, qué perchero más bonito has puesto en la sala“. -"Oye, guapa, –tuve que decirle– que no es un perchero, que es mi esposo».
La opinión generalizada es que los maridos debeberían ser reversibles, como los abrigos. Por un lado dulces, sensibles y cariñosos; que hablen sin mirar a la televisión y escuchen quitándose el auricular de la radio de la oreja; que comenten sus sesiones de psicoanálisis y sean capaces de discernir cuándo un vestido es una ganga y qué talla de lencería usan. Y por el otro, una especie de Jarry Confort, Burlan Catres o Pol Neumático que las coja en volandas y las ate a la cama con las cuerdas del tendedero.
«Una tiene sus días –dice mi confidente– y unas veces necesita comprensión, palique y ojitos de besugo; y otras, simplemente, matarile, rile, ron. ¡Ay, Dios mío! sólo de pensarlo se me hace la boca agua».
El sexo contrario, o complementario, como ustedes quieran, también tiene su opinión: «Para qué elegir entre Elsa Pataky o Alaska si al final se va a convertir en Martirio».
Josetxu Rodríguez
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