jueves, 14 de febrero de 2008

Ese perchero es mi marido

Agatha, con su perchero

SE quejan. Las mujeres se quejan. Y me lo cuentan a mí, que nada puedo hacer. Dicen que, en un mundo en el que todo sirve por lo menos para dos cosas, no entienden por qué un marido sólo tiene una utilidad. Me explican que el teléfono móvil es a la vez una terminal de internet, que el microondas incorpora un grill para gratinar, y que la bañera puede utilizarse como jacuzzi. Pero que un marido, por más vueltas que le des, es un marido y va a piñón fijo.
-«Chico, no sé –dice una– es un poco triste. El otro día entró una compañera en mi casa y me soltó: “Anda, qué perchero más bonito has puesto en la sala“. -"Oye, guapa, –tuve que decirle– que no es un perchero, que es mi esposo».

La opinión generalizada es que los maridos debeberían ser reversibles, como los abrigos. Por un lado dulces, sensibles y cariñosos; que hablen sin mirar a la televisión y escuchen quitándose el auricular de la radio de la oreja; que comenten sus sesiones de psicoanálisis y sean capaces de discernir cuándo un vestido es una ganga y qué talla de lencería usan. Y por el otro, una especie de Jarry Confort, Burlan Catres o Pol Neumático que las coja en volandas y las ate a la cama con las cuerdas del tendedero.

«Una tiene sus días –dice mi confidente– y unas veces necesita comprensión, palique y ojitos de besugo; y otras, simplemente, matarile, rile, ron. ¡Ay, Dios mío! sólo de pensarlo se me hace la boca agua».

El sexo contrario, o complementario, como ustedes quieran, también tiene su opinión: «Para qué elegir entre Elsa Pataky o Alaska si al final se va a convertir en Martirio».
Josetxu Rodríguez

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