martes, 10 de enero de 2012

Educación para la ciudadanía: Caperucita roja


Érase una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de una completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
- Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta que es.
- No sé si sabes, querida –dijo el lobo–, que es peligroso recorrer sola estos bosques.
- Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso su camisón y se acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
- Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento de tu papel de sabia y generosa matriarca.
- Acércate más, criatura, para que pueda verte, dijo suavemente el lobo desde el lecho.
- ¡Oh! Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Han visto mucho y han perdonado mucho querida.
- Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!, relativamente hablando, claro está, y a su modo increíblemente atractiva.
- Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
- Y, abuela, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Soy feliz de ser “quien” soy y lo “que” soy, dijo y saltando de la cama se aferró con sus garras a Caperucita Roja, dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal. Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
- ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo?, inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
- ¿Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo?, prosiguió Caperucita. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

Remitido

2 comentarios :

Gary Rivera dijo...

jajajajajaja sin duda este es un cuento para adultos! jajajajaja

el cargo del leñador (a secas) me parecio bacan! jajajajaja

Josetxu dijo...

Políticamente muy correcto pero le falta lo de ciudadanos y ciudadanas y lobos y lobas y caprucita y caperucitos..

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