DESDE el advenimiento del Partido Polar y su sistema Güindos para países en bancarrota, las oficinas se han convertido en un concierto de toses, estornudos y carraspeos. No hay nadie capaz de cogerse una baja por gripe o resfriado estacional ante el peligro de que a la vuelta haya tres minijobs usando tu silla con el sistema de camas calientes de los submarinos, es decir, turnos de ocho horas ininterrumpidos las 24 horas del día y de la noche. Sí, sí, de la noche, porque no lo han anunciado todavía, pero el Soraya's party tiene previsto ralentizar la rotación terrestre para que seamos más productivos que Urdangarin.
Por eso, en las papeleras de las oficinas rebosan los kleenex como palomas muertas y los virus hacen estragos saltando de los enfermos a los sanos como las pulgas de los perros callejeros a los de pedigrí. Junto a las máquinas de café han aparecido otras que dispensan couldina, frenadol, flutox, ibuprofeno y paracetamol como si fueran gominolas, dando al entorno del microondas un aspecto de tienda de chuches.
Sobre los radiadores hay cazillos con agua que humedecen el aire con aromas de eucalipto para aliviar los ojos llorosos y congestionados de los que se acercan a la fotocopiadora. Las reuniones parecen convenciones de barítonos resacosos y, cada cierto tiempo, se oye una especie de trompeta del apocalipsis. Me pregunto cuánto tiempo durará esto, mientras observo a los virus anidar bajo la barra espaciadora de mi teclado.
Josetxu Rodríguez
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