Se nota en el ambiente que estamos cambiando de ciclo. No de ciclo económico, que es cosa sabida, sino de ciclo tecnológico. Para llegar a esta conclusión no hace falta leerse las resoluciones del club Bilderberg tras la fiestuki que celebró en Sitges, simplemente basta con fijarse en los zombis que te circundan en el metro, la mayor parte de ellos aislados tras orejeras sónicas de alto voltaje y decibelio con pedigrí. Les miro y pienso en las generaciones de japoneses que se han quemado las pestañas para conseguir miniaturizar la tecnología y, ahora, cambia la moda y a la muchachada nui le dé por ponerse las alforjas hi-fi de los años 70. Qué falta de respeto. Debe ser tan frustrante como pasarse la vida mejorando las prestaciones de las motocicletas y que luego el personal se plante un mono aerodinámico en tecnicolor y se ponga a subir puertos de montaña dándole al pedal. No es normal. El caso es que me muero de curiosidad por saber si esos escoltas modelo armario que aparecen en televisión abandonan el pinganillo o no. Creo que el nuevo modelo les daría un aire de astronauta ruso cabreado, lo que les haría más disuasorios si cabe. Lo que ha quedado claro es que nos gusta llevar la contraria, porque a medida que la miniaturización avanza, el personal vuelve a decantarse por los objetos cada vez más grandes, ya sean relojes, cámaras fotográficas o móviles. Desde la playa veo a un individuo entrar en el agua con dos tapacubos anfibios en las orejas. ¿O quizá son flotadores porque le pesa la cabeza? Quién sabe...
Josetxu Rodríguez
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