AHORA que los ecos de las carcajadas provocadas por la intervención de Nicola Lococo en la Audiencia Nacional han cesado, conviene prestar atención a la moraleja del cuento para que todos aquellos que se enfrenten a la misma situación sepan a qué atenerse.
Que hayamos usado para defendernos las armas de nuestro oficio, que no es otro que el humor, no significa que en la sala de lo Penal no se estuviera desarrollando una auténtica batalla en torno a la libertad de expresión y a una legislación obsoleta que permite a la familia real vivir por encima de la ley. Y eso no es nada gracioso.
Antes de que el surrealismo de las explicaciones de Lococo desequilibrara el castillo de naipes con que la Fiscalía había urdido la acusación, nos enfrentábamos a una multa por injurias graves al Rey de 33.000 euros. Una cifra que habría disuadido a cualquiera de adentrarse en el campo minado que supone reprobar la conducta de su Majestad. Crítica que, por otra parte, debería servir de contrapeso, dado que la Constitución prohíbe taxativamente que responda de sus actos.
Dicho esto, y tras dos años y medio de proceso judicial, la conclusión que extraigo es que cualquiera puede ser condenado por injurias a la Corona. Para ello, basta con que el microscopio de la justicia se pose con la suficiente intensidad en una palabra, un gesto o una imagen. Nada le importaba al fiscal lo que Nicola había querido decir en su artículo de más de dos folios, sino lo que había insinuado al escribir "mequetrefe", "cuchipanda" e "irresponsable". Lo mismo en nuestro caso, donde el tamaño de un barril y una pregunta lanzada al aire suponían las pruebas de cargo. En esta ocasión caímos a este lado de la línea, pero ¿y la próxima?
jrodriguez@deia.com
¡A la hoguera con ellos!
Juan Carlos Latxaga, en su blog
"En lugar de santificar el trabajo escribiendo un libro como Dios manda con una entrevista a la reina, ellos, vagos y descreídos a la par que delincuentes, prefirieron dibujar un monigote cuestionando las habilidades cinegéticas del monarca, y estuvieron a punto de provocar un incidente diplomático al poner en cuestión nada menos que la honorabilidad del oso ruso.
Basta con observar sus caras para percibir la peligrosidad de este trío. Son la demostración en carne y hueso de las teorías de Lombroso. Su aspecto físico delata su tendencia genética al crimen. Tienen tal cara de delincuentes que el hecho de que no lleven años a buen recaudo sólo demuestra el mal funcionamiento de nuestra Justicia y la blandura de un Código Penal hecho a la medida de los delincuentes, que entran por una puerta y salen por la otra. Mientras individuos como estos sigan sueltos por nuestras calles, ancianas, niños y monarcas solo pueden vivir en un puro sobresalto. Ya es hora de que la Justicia tome medidas, sobre todo de los cuellos de estos tipos, y si tienen dudas, que pregunten a Fraga, que es un experto en colgamientos.
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"lo que ocurrió fue que la vista oral descarriló en términos tan surrealistas, tan bufonescos en el más apropiado sentido de la palabra, que no quedó sino cerrar el asunto antes de que la defensa de la condición sacral de la jefatura del Estado se volviera ridícula. Y tan escasa de mérito como cazar a un oso drogado, pues tampoco podrían presentar, el fiscal y el juez, la piel de un humorista genialoide y alucinado como ha resultado ser ese Nicolás Lococo. Ajedrecista, filósofo, verborreico inasible y justiciero de los plantígrados que se dice inspirado por el oso Yogui".
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