Después de vivir decenas de años juntos, ella pensó en separarse. Fundamentalmente, porque no aguantaba más: el caserío, los niños, los animales, la huerta...y la soledad.
Al principio, estaba tan ilusionada como él con el trabajo que había conseguido y que le permitió dejar la pequeña carbonería que les proporcionaba una vida sin
lujos, pero sin carencias.
Esto era otra cosa, una empresa ilusionante cuyo fin era hacer feliz al mayor número posible de personas y, especialmente, a los niños. Por eso no le importó hacerse cargo de todo para que él pudiera zambullirse en la gestión de los pedidos, el archivo de albaranes y la organización de los almacenes, de tal forma que el reparto pudiera realizarse con la mayor efectividad y de una sola vez. «Estaré muy ocupado los primeros años –les había dicho– pero luego tendré más
tiempo para vosotros».
No obstante, era una organización con un pico de distribución muy estacional, que no podía fallar o todo se vendría abajo. El reparto se materializaba en 24 horas, y otras dos multinacionales del sector, una estatal y otra internacional, competían en el mismo nicho de mercado y esperaban que cometiera un error para lanzarle una Opa hostil.
La gota que colmó el vaso fue que después de pasarse todo el año trabajando, el día de Nochebuena el tío se largara con el burro por ahí y no apareciera hasta el amanecer, cuando los niños ya estaban acostados. Pensándolo bien, estaba de ser la Olentzera* hasta las tetas. Cogió a los críos y se largó.
Josetxu Rodríguez
*Olentzera: mujer del Olentzero, personaje que reparte los regalos en Navidad.
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