LA culpa de que Mariano Rajoy vista un chándal de mercadillo en la
intimidad la tienen los turistas alemanes, esa banda de individuos
despellejados que nos conocen mejor que el proctólogo de cabecera. Como
les gusta lo bueno, llevan 40 años veraneando en España, tan querida por
Dios que fue colocada en el centro del mundo, un lugar en donde no hace
ni mucho frío ni mucho calor, con sol abundante para las buganvillas,
cielo azul, mar celeste y cerveza fría manando por doquier a precios
irrisorios.
Sin embargo, en los últimos años todo ha cambiado, y
el camarero que les servía el menú tiene un chalé de 12 habitaciones con
jacuzzi para el perro y un enano de terracota de 4 metros de alto en el
jardín. También tiene un hermano concejal, pero eso no viene al caso.
El albañil que les arregló el tejado de su bungaló adosado está retirado
a los 36 años gracias a un ERE de una empresa aeroespacial; y el
taxista, otro nuevo rico, vendió la huerta para hacer un aeropuerto al
que le salen cebolletas por las grietas de la pista. Hace un mes
aterrizó un jet privado en él. Era de la exconsejera de una caja a quien
no le habían dejado facturar las sacas con su indemnización en un vuelo
regular de Iberia.
Luego van en el AVE al chiringuito costero,
ambos abarrotados de familias con niños, y les cobran 18 euros por un
plato de plástico con paella. Cuando regresan a su tierra de penumbras
les dicen en la tele que tienen que rescatarlos a todos y, claro, les
sienta fatal. ¡Qué mala es la envidia!
Josetxu Rodríguez
No hay comentarios :
Publicar un comentario