HA vuelto la tartera, los realquilados,
el "usted no sabe con quién está hablando", el contubernio marxista y,
ahora, los grises, que por aquello de la moda visten de azul. Vamos,
que en Valencia sales de casa y parece que has entrado en el plató de Cuéntame cómo pasó,
con los estudiantes cortando el tráfico porque en clase no hay
calefacción por falta de pago y tienen que arroparse con mantas del
Ejército. Ante la protesta, un señor con bigotillo lineal le insta a la
autoridad competente a que controle esa revolución impúber y
reconquiste el espacio público.
Es lo que pasa con las herencias, que
fallece el gran líder-guía, deja vacante la calle y sus herederos se
afanan en recuperarla para quedar bien ante la escala de mando. Es lo
que debió de pensar la delegada del Gobierno, que envió al jefe de
Policía a luchar contra la turba de la Nocilla, la kale borroka de Hanna
Montana y los jarraitxus de preescolar armados con bolitas de papel y
cerbatanas de bolígrafos Bic. Una batalla para lucirse, vamos. A la
vieja usanza. Eso lo arreglo yo en un plis-plas, debió de contestarle
el subsodicho: "Unas buenas hostias y nos ahorramos un montón de
papeleo, procuradores y jueces. Para que luego digan que no somos
eficientes".
El resto ya lo saben: 20.000 denuncias por maltrato ante
el Defensor del menor. ¡Y menos mal que no estaba Milans del Bosch!
Habría sacado los tanques para luchar contra tanta consigna,
exclamación e interjección de destrucción masiva que les lanzaban los
estudiantes. Desalmados.
Las armas de destrucción masiva encontradas en el instituto
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