AHORA que los notarios se han quedado sin una mala escritura que llevarse a la boca y se pasan las mañanas jugando al minigolf en el pasillo de sus despachos, sale Gallardón al rescate. El nuevo ministro de Justicia, siempre sensibilizado con las clases desfavorecidas, intenta evitar por todos los medios que se dispare el desempleo entre los fedatarios públicos y estudia una ley que les permita casar y divorciar cuando la pareja lo hace de común acuerdo, que suele ser en la mayor parte de los casos. Con esta medida espera aligerar el trabajo en los juzgados y, de paso, empujar a la gente a unirse por la Iglesia, que siempre es más fácil negociar el precio con el párroco en la sacristía que con un señor de corbata que se sienta en un trono de cuero.
También es verdad que la medida puede tener su lado positivo si se
aprovecha la boda para formalizar la hipoteca. En realidad, quien
debería casarnos es el director de la caja de ahorros del barrio, que
es quien va a unirte a tu pareja durante dos o tres década por la
gracia del euríbor, en este aspecto más poderosa que la del Altísimo.
Pero, por ahora, nadie se fía de su firma. Si sale adelante la medida, y
dado que en las notarías no cabrán los invitados, propongo que un día a
la semana se realicen bodas y divorcios masivos y concelebrados por
los notarios vizcainos en uno de los pabellones de la Feria de
Muestras, que podría así equilibrar su balance, últimamente algo
alicaído. Sinergia, creo que lo llaman los entendidos.
Desde
que Gallardón ha autorizado a los notarios para que puedan formalizar
matrimonios, diversos colectivos profesionales han comenzado a
movilizarse para participar también en la celebración de ritos y
ceremonias que antes sólo estaban permitidas a la Iglesia y a los
Juzgados.
No hay comentarios :
Publicar un comentario