Ya casi ni me acuerdo de cuando me paré a pensar por última vez. Creo que fue en 1983. Estaba al volante de un decrépito Renault 12 de color granate cargado hasta los topes con todo lo necesario para pasar un mes de vacaciones. Nuestro destino era la vieja Yugoslavia y esos breves momentos de reflexión los dediqué a mirar un mapa de carreteras y enfilar el morro del coche en la dirección correcta. He de decir que apunté bien, puesto que llegué a mi destino en un tiempo razonable (dos semanas después). Desde entonces hasta hoy creo que no he dedicado más de un minuto a tomar una decisión. Es más, el mundo que me rodea está empeñado en que no lo haga. Tanto el horno como el teléfono móvil me ponen las opciones en bandeja: detectan si he metido un pollo o un pastel o escriben un mensaje de cumpleaños apenas he introducido un par de letras con el teclado. Yo simplemente pulso botones y las cosas suceden. Como el mando de la tele: ¿quién sabe cómo funciona? Basta presionar al azar hasta que aparezca el Teleberri. Todo es intuitivo, irreflexivo y está preprogramado. El que piensa, pierde. Las luces se encienden cuando paso y la declaración de Hacienda me llega hecha. Incluso cuando subo al coche el GPS me saluda y me pregunta adónde quiero ir. Inconscientemente le dejo que me lleve a casa, un trayecto de apenas 15 minutos que más pronto que tarde olvidaré por completo por pura desidia. En ocasiones me pregunto si soy yo el que decide o si es el aparatejo el que ha tomado el mando y me utiliza para que lo pasee por la ciudad. Hasta la marca, Tomtom, supone un sarcasmo permanente cuando me da las órdenes: Gira a la derecha, sigue recto, ha llegado a su destino, tontolculo. ¿Ha dicho tontolculo? ¿Habré oído bien?
Josetxu Rodríguez
1 comentario :
Genial el final... aun me estoy riendo xDDD tontolculo
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