domingo, 10 de agosto de 2008

Una de chinos


LOs chinos son la pera. Fíjate que habrían podido asegurarse el éxito de su ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos con sólo contratar a Los Manolos para cantar Amigos para siempre y se arriesgaron con un espectáculo de cuatro horas que podría haberles salido mal con que sólo uno de los miles de bailarines sincronizados hubiera tropezado con su compañero: el belén se habría venido abajo como en esos concursos de fichas de dominó que dan en la tele después de las películas porno y los desgraciados ejecutantes habrían engrosado el batallón de picapedreros subacuáticos de cualquier megapresa en construcción. A fin de cuentas, China es un país de orden y tan canalla como cualquiera otro.

Pero triunfaron, y de qué forma. Sus militares izando las banderas y su paso de la oca dejaron la exhibición de Berlín 1936 a la altura de una fiesta de fin de curso. Lo único que no me gustó fue el encendido del pebetero. Eso de lanzar un monje tibetano en llamas con una catapulta fue muy efectista, pero poco acorde con el espíritu olímpico y de concordia que debe reinar en estos acontecimiento. Aunque he preguntado por ahí y esto nadie lo vio. Puede que dada la extensión del evento echara alguna cabezadita que otra y el subconsciente me jugara alguna mala pasada.

Los fuegos artificiales también estuvieron bien, pero sin exagerar. Ahí pusieron el listón muy alto los rusos y los georgianos que, en medio de estas jornadas de hermandad mundial, decidieron bombardear Osetia y organizar un magnífico espectáculo de luz y sonido para la población. Pese a todo, China consiguió lo que quería: sentar en su "Nido de pájaro" a la élite mundial que la mira como a la gallina de los huevos de oro. Desgraciadamente, los derechos humanos no cotizan en bolsa.

Josetxu Rodríguez

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