POR muy meteoro-lógicos que parezcan,
los pronósticos del tiempo tienen poco que ver con las ciencias exactas y
mucho con la futurología. Sobre todo, si nos fijamos en su porcentaje
de errores. Que levanten el dedo quienes no hayan dormido en una
estación de metro con el casco de la moto puesto esperando una
ciclogénesis explosiva que se quedó en ventosidad.
El único método
eficaz que conozco para no equivocarse en estas cuestiones es hablar del tiempo que hizo ayer y olvidar el futuro que, como todo el mundo sabe,
se escribe sobre la marcha. Más de un meteorólogo sabidillo tuvo que
cortarse el bigote tras apostar y errar en un pronóstico. Creo que desde
entonces no se atreven a salir en televisión y delegan la tarea en
jovencitas sin mostacho.
Un servidor, de quien más se fía es del
calendario zaragozano. Tengo uno en la ventana colgado de una cuerda y
sigo sus instrucciones: "Si estoy mojado: tiempo húmedo; si me muevo,
ventoso; que brillo, bonita helada; y si no me ves es que hay una niebla
del carajo.
Si vaticinar el tiempo es difícil, cambiarlo es casi
imposible. Solo conozco el caso de un alcalde mexicano que en 1833, tras
semanas de aguaceros, publicó un bando que decía: "Si en ocho días no
deja de llover, nadie irá a misa ni rezará. Si la sequía continúa, se
quemarán las iglesias y conventos. Ocho días después serán degollados
los clérigos y monjas y, por la presente, se conceden facultades para
cometer todo clase de pecados". Y paró, ya lo creo que paró. Azkuna, ¿te
animas?
Josetxu Rodríguez
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