LOS vecinos alucinamos. Comprendemos que a esa edad tienen que divertirse, darle marcha al cuerpo y relacionarse, pero nosotros también tenemos derecho a descansar los domingos. Llegan en manadas, de todos los puntos de la ciudad e incluso de los pueblos limítrofes, y montan unas juergas de no te menees. En cuanto suena la música, saltan a la pista como posesos y se ponen a buscar pareja sin distinción de sexo o condición. Les da lo mismo bailar solos pegando saltos que en grandes grupos o corros, como los indígenas africanos. Mientras la orquesta toque, no hay problema, pero en una ocasión en que pararon por culpa de un chaparrón, casi les linchan con las cuerdas de las guitarras.
Algunos, los menos, esa es la verdad, beben licores de alta graduación y trafican con recetas o intercambian sustancias dopantes de todo tipo: ellas prefieren las pastillas para dormir, los ansiolíticos y losparacetamoles; ellos son más de viagra, álmax y sintrones. Y todo a la luz del día. ¡En plena plaza de La Casilla!
Cuando acaba la música, forman improvisados coros mixtos de bilbainadas y ríen a carcajadas si alguien les pellizca el culo, les esconde el bastón o se les cae la peluca. Casi siempre tiene que venir alguna ambulancia o los bomberos porque uno se ha sofocado o se ha subido a un árbol a por una castaña pilonga y no sabe bajar. ¿No podrían quedarse en el hogar del jubilado jugando a la brisca? Más que nada porque los jodíos nos dan una envidia que no se puede aguantar.
Josetxu Rodríguez
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