ME han dejado solo. Tumbado en la camilla escucho el pitido del
electrocardiograma: piiiip..., piiiip..., piiiip... De pronto, de la
máquina sale un sonido de alerta similar al de la sirena de un
submarino termonuclear atacado con misiles. Mi corazón se para y,
mientras me despido de la vida y de la misérrima pensión, veo correr a
la enfermera. Llega jadeante y, en lugar de realizarme el boca a boca y
unos cuantos ejercicios de reanimación cardiaca (qué menos para
alguien que está abandonando este mundo), se lanza sobre el aparato y
recoge su móvil olvidado. Lo mira y suelta una carcajada: su novio se
ha hecho una foto del culo y se la ha enviado por el whatsapp, ese programa de mensajería instantánea gratuita que ha colonizado los teléfonos a mayor velocidad que la gripe A.
Hoy, el mundo es una sinfonía desacompasada de alarmas que anuncian
la llegada de un mensaje multimedia de cualquier conocido o desconocido
que lo desee. Ya ni los novios se meten mano bajo las acacias del
parque. Practican el sexo digital con sus smartphones y se envían
vídeos con besos.
Instalarlo es como adoptar una docena de niños hiperactivos y otra
de poetas locos que exigen atención continua. Uno te dice: "Oye, mira
qué nube". Otro: "Estoy contento". Aquel: "Llueve en Salamanca". Este:
"Árbol de otoño, me estoy meando". Y así, sucesivamente. Todo el
tiempo. Sin interrupción. Tiruliruliiii... tiruliruliiii... Disculpen,
tengo un mensaje.
Josetxu Rodríguez
3 comentarios :
jajajaja Pues a mi el dichoso programita me ha aliviado la vida!!
jajaja
Muy bueno y muy real!!
Da gusto reirse a esta hora de la mañana.
Saludos
ajajajajja muy bueno
Publicar un comentario