Estoy deseando que cumpla 18 años para
que pueda hacer su propia vida. No me refiero a la niña, que también,
sino al tamagotchi, ese pollito virtual que vive en un huevo de plástico
y al que hay que alimentar, limpiar y acariciar para que no muera.
El
juguete acaba de cumplir quince años y se lo regalamos para que dejara
de dar la matraca con que quería un perro. Mal negocio, al poco tiempo
descubrimos que el bicho cibernético daba más trabajo que el chucho con
mucha diferencia. Algunos, incluso, le llamaban cagamutchi, y necesitaba
atención constante para no convertirse en un pequeño cadáver.
Como era
de esperar, la niña no sabía cuidarlo y el bichito tan pronto se debatía
entre la vida y la muerte por efecto del hambre o la indigestión que
por la soledad o el exceso de mimos. En un par de meses pasó de él y,
para entonces, yo ya le había cogido cariño.
Hoy permanece en la mesita
de noche desde donde me avisa con su pitido característico cuando le
falta algo. He conseguido regular sus horarios y ahora todo funciona a
la perfección. Se ha convertido en un robusto adolescente digital capaz
de regular su alimentación y sus entretenimientos. Él hace su vida tras
el cristal líquido y yo le proporciono lo que necesita. Gracias al wifi
está haciendo una carrera en la UNED y el Furby le está dando clases de
inglés. Si sigue por ese camino, quién sabe si algún día llegará a ser
consejero de Patxi López. Se lo deseo de todo corazón, la verdad.
Josetxu RodríguezRodríguez
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