EL anuncio decía: "Nueve de cada diez dentistas recomiendan los chicles sin azúcar". Y yo pensaba en el décimo. ¿Qué coño recomendará el décimo?, me preguntaba. ¿Masticarlos con azúcar para dar trabajo a los otros nueve? ¿No comer chicles, lo que le ha valido la expulsión del Colegio de Odontólogos y ahora vende castañas asadas en su pequeño puesto con forma de locomotora? Nunca supe qué papel jugaba aquel dentista disidente y si su cruzada era digna de encomio o vituperio.
La batalla contra la caries coincidía más o menos en el tiempo con la que protagonizaban los detergentes por conseguir el blanco más blanco y cuya cumbre se alcanzó con la mítica frase del directivo de Colón, que aparecía en la pequeña pantalla recitando el "busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo". El consejo de administración de la compañía siguió el lema al pie de la letra y poco después fue despedido. En fin, eso le pasa por ser honesto y dar ideas.
Traigo a colación estas dos campañas publicitarias porque, sorprendentemente, la contienda por conseguir el blanco primigenio ya no se libra en la ropa de cama sino en las dentaduras. Basta echar un vistazo a los bustos parlantes del telediario y a los programas del corazón para darse cuenta de que muy pronto se necesitarán gafas de sol para contrarrestar los efectos de tanta sonrisa nuclear. Puedes tener una boca sana y ser capaz de abrir latas de anchoas con un colmillo, pero como no brille como los faros de xenón todo el mundo te mirará como a un apestado.
Tanto es así, que quien no puede pagarse un blanqueado profesional ya anda buscando remedios caseros en internet para ponerse a la altura. Yo he probado algunos con el perro de la vecina y, aunque no quiero entrar en detalles, no les aconsejo ni el typex ni el salfumán. Un amigo lo ha intentado con limón y cenizas de la barbacoa y cuando regrese de urgencias les diré si da resultado. Aunque, para mí, que tenía que haber esperado a que las brasas se apagaran.
Josetxu Rodríguez
2 comentarios :
Otra forma de blanquear el perro es sumergirlo en lejía, eso sí: tomando la precaución de ponerle tapones en los oídos y en el ojete para que no se le blanqueen las tripas ni el cerebro.
Saludos.
Cayetano, después del primer experimento, cualquiera pilla al perro...
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